Mario Torres Jarrín*
Han pasado veinticinco años desde que en 1999 se iniciaron las negociaciones para firmar un acuerdo entre la Unión Europea y el MERCOSUR. Acuerdo que era considerado ambicioso y potencialmente beneficioso para ambas uniones regionales. Beneficios que no solo contemplaban aspectos comerciales, económicos y financieros, sino también políticos y sobre todo geopolíticos, dado que de concretarse significaba la unión de los dos bloques comerciales más grandes del mundo. Dicha decisión fue vista como una “asociación estratégica” y ambas partes no tardaron en denominarse mutuamente como “socios estratégicos”.
Cuando en junio de 2019, se pensó que se habían concluido todas las negociaciones, éstas se volvieron a suspender tras las reticencias y objeciones por ambas partes. Surgiendo la pregunta ¿Quieren realmente la UE y el MERCOSUR firmar este acuerdo?
Desde 1999 el mundo ha cambiado. El sistema internacional se ha reconfigurado, han surgido nuevos actores globales, el flujo comercial y de inversiones también han cambiado. Las prioridades de política exterior, así como los socios y aliados, ya no son los mismos para ambas uniones regionales. Hecho que reconfigura el futuro de ambas uniones regionales tanto a nivel de sus procesos de integración como en sus relaciones exteriores.
En 1999 China no era ni la potencia comercial, económica y política que es hoy, y tampoco mostraba las aspiraciones por ejercer influencia en otras regiones del mundo. Los BRICS no existían, y en ese momento la cuenca del atlántico era el eje comercial por antonomasia, por ende, el epicentro político donde se tomaban las decisiones sobre el futuro de la gobernanza global. El eje atlántico era liderado por los Estados Unidos y la alianza transatlántica entre la UE y los Estados Unidos era un hecho inquebrantable. Pero ahora ese eje comercial fue trasladado a la cuenca del pacífico y los actores globales, así como los competidores y rivales se han multiplicado. E incluso el mundo no es el mismo desde 2019, tras la pandemia provocada por el Covid-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania. Las relaciones transatlánticas no pasan por su mejor momento, y si la guerra entre Rusia y Ucrania sigue y los conflictos en Medio Oriente se agudizan, las consecuencias económicas pueden ser más que negativas no solo para el continente europeo, sino para el resto del mundo. Los precios del petróleo y gas pueden verse alterados y esto afectar al comercio exterior y, por ende, perjudicar al conjunto de la economía mundial.
Para la UE la firma del acuerdo significa evidenciar que sigue siendo un bloque comercial atractivo con quien negociar, y en términos políticos, significaría que el modelo de integración europeo es un modelo a seguir. Representa también la oportunidad de afianzar las relaciones con Brasil, que es una de las dos potencias en la región (América Latina y el Caribe), junto con México. Lo mismo ocurre con Argentina, que, aunque ahora sufra una crisis económica, sigue siendo una potencia regional y un actor global importante para tener en cuenta. Hay que recordar que México, Brasil y Argentina son miembros del G20. Si la UE quiere mantener su peso en el escenario internacional y sobre todo en la toma de decisiones en los grandes asuntos de la agenda de la gobernanza global, entonces requiere fortalecer sus relaciones con estos tres países. Los cuales no tienen a la UE entre sus prioridades de política exterior.
Para los países del MERCOSUR la firma de acuerdo evidenciaría su funcionalidad y vigencia del MERCOSUR como bloque comercial. Ya que tendría un acuerdo con el bloque comercial más importante a nivel global. Como unión política regional, demostraría una cohesión interna, dado que en los últimos años Uruguay y Paraguay han demostrado su descontento por el funcionamiento del MERCOSUR, y sobre todo con Brasil, por considerar que sólo vela por sus intereses nacionales en lugar de los intereses conjuntos.
La disputa de liderazgo entre Brasil y Argentina es un aspecto que también perjudica a los intereses de Uruguay y Paraguay. De ahí que ambos países comiencen a pensar en una reforma del MERCOSUR o en comenzar a firmar acuerdos de manera bilateral. Este hecho significaría un estancamiento máximo del proceso de integración. El MERCOSUR tiene el gran desafío de volver a convencer a sus estados parte de su utilidad comercial, política y geopolítica. De lo contrario, el MERCOSUR podría correr el mismo futuro que el de la Comunidad Andina. El proceso de integración andina vive paralizada y enviada al ostracismo de la agenda política de sus estados miembros.
Siendo que la integración regional es la mejor opción para el desarrollo de los países, es necesario que el MERCOSUR consiga logros en materia comercial y demuestre su eficacia en acción exterior, ambos puntos pueden ser alcanzados mediante la firma del acuerdo con la UE.
De manera paralela, el MERCOSUR tendrá que sortear varios desafíos como, por ejemplo, la crisis política de Venezuela. La cual vuelve a dividir a los países de la región, América Latina y el Caribe, así como en la subregión del MERCOSUR. Por consiguiente, también afecta al futuro de la unión regional. Si tomamos en cuenta que el MERCOSUR tiene cinco miembros, de los cuales, existe un descontento sobre su funcionamiento por parte Paraguay y Uruguay, que Argentina tiene una visión distinta a la de Brasil en materia de política exterior, y que su quinto miembro, Venezuela, se encuentra suspendido desde 2017, por incumplir el Compromiso Democrático en el MERCOSUR establecido en el Protocolo de Ushuaia, por considerarse que en Venezuela se produjo una ruptura del orden democrático, hecho que constituía un obstáculo inaceptable para la continuidad del proceso de integración. El fraude denunciado por la oposición al gobierno en las últimas elecciones en Venezuela, no augura un pronto regreso a la normalidad diplomática entre Venezuela y los estados miembros del MERCOSUR, así como en las relaciones con la UE.
Asistimos a una restructuración del sistema internacional, donde existe un mundo multipolar, donde dos grandes potencias como Estados Unidos y China disputan el liderazgo en los asuntos de la gobernanza global. China por su parte anhela ser el líder regional y a nivel global aspira ejercer una hegemonía mediante la ampliación de los BRICS y su iniciativa “One Belt, One Road”. Aunque hay que señalar que, ante la primera aspiración, ahora surge India la cual también aspira a ser un actor global, por tanto, le competirá a China tanto a nivel regional (Asia) como en el marco de los BRICS y a escala global.
La última ampliación de los BRICS que incluía Argentina, Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán. Argentina retiró su solicitud de membresía, y ahora es Turquía la que ha solicitado ser parte de los BRICS, un cambio de posición inesperado, Turquía es miembro de la OTAN; y sin embargo parece inclinarse hacia el establecimiento de un nuevo orden, donde China, India y Rusia jugarán un papel determinante en las relaciones internacionales.
La expansión de los BRICS es la más grande de su historia y refleja el esfuerzo por aumentar la influencia de las economías emergentes a nivel global y por fortalecer la cooperación entre las naciones del “Sur Global” frente a las potencias llamadas “occidentales”. Este proceso de expansión responde a una estrategia de aumentar el peso de los BRICS en el comercio exterior y en los organismos internacionales. El bloque representa el 42% de la población mundial y una parte considerable del comercio y PIB globales.
El incremento de presencia de China en la región de América Latina y el Caribe hace que la Unión Europea decida restaurar las relaciones con la región latinoamericana y caribeña. Ante la iniciativa de china de la nueva ruta de la seda, los europeos han creado Global Gateway, que es la respuesta geopolítica de la UE para contrarrestar el creciente peso político y comercial que tiene China en la región.
La UE ha sido crítica con las políticas ambientales, especialmente las de Brasil, debido al aumento de la deforestación de la Amazonía. La geopolítica climática se convierte en un punto de fricción ya que la UE presiona para que existan altos estándares ambientales, mientras algunos países del MERCOSUR tienen intereses en la expansión agrícola, particularmente en áreas como la soja y la ganadería que están vinculadas a la deforestación.
Desde una perspectiva de política exterior, la firma o no del acuerdo entre la UE-MERCOSUR es una decisión geopolítica, tanto para europeos como para mercosurianos. Cada grupo de países es libre de escoger sus socios, socios estratégicos, aliados, rivales y competidores. Así como escoger sus alianzas y espacios donde influenciar. Los gobiernos de ambos lados del Atlántico probablemente están estudiando el coste-beneficio comercial y económico de firmar el acuerdo, pero parece que no están estudiando el coste-beneficio de no firmar el acuerdo. Este puede ser mayor que firmarlo, ya que por un lado afectará a la imagen internacional de ambas uniones regionales y se produciría un distanciamiento aún mayor que el actual. Ambas uniones apostaron por desarrollar relaciones con Asia, principalmente con China, y ahora ven comprometidas su dependencia, a tal grado que desean diversificar, el resultado décadas pérdidas como actores políticos que aspiraban a ser socios estratégicos y actores globales y apenas están logrando mantenerse como actores regionales, y cada uno con sus propios desafíos.
*Mario Torres Jarrín
Dr. Mario Torres Jarrín es director del Instituto de Estudios Europeos y Derechos Humanos de la Universidad Pontificia de Salamanca (España).