Dr. Pablo Guerra*
La 65ª. Cumbre del Mercosur que se celebró en Montevideo los días 5 y 6 de diciembre, no fue una más. A diferencia de algunas de las últimas instancias, que exhibían al bloque sudamericano con todas sus vulnerabilidades, en esta se lograba lo que parecía inesperado: luego de 25 años de discusiones, el acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur recibía la bendición final de los presidentes Lacalle Pou (Uruguay, ejerciendo la Presidencia pro tempore del Mercosur), Javier Milei (Argentina), Lula da Silva (Brasil) y Santiago Peña (Paraguay).
El emblemático Edificio que oficia como sede del Mercosur, ubicado en el bello barrio del Parque Rodó, frente a las costas del Río de la Plata, fue testigo de intensas reuniones de trabajo por parte de los equipos técnicos para cerrar el documento. En particular, preocupaba al gobierno paraguayo la regulación respecto a la deforestación por parte de la Unión Europea y su posible impacto en las exportaciones de productos agrícolas generados en tierras deforestadas. Más o menos las mismas preocupaciones que un año atrás llevaron a Lula a decir que el acuerdo “era inaceptable” si se amenazaba con los lineamientos de deforestación de la UE.
Tras superar estas preocupaciones, aparentemente por la vía de la postergación en la entrada de vigencia de estas reglas, los asuntos técnicos pasaron a un segundo lugar. Es que se encendían las alarmas en términos políticos: ¿Milei apoyaría un acuerdo con orientaciones claras en materia de cambio climático o agenda de género? Se había filtrado la información de que Argentina cambiaría su firma por el compromiso por parte de Brasil para flexibilizar el bloque, sobre todo habilitando a que cada país pudiera pactar tratados bilaterales de libre comercio con otras regiones del mundo. O lo que es lo mismo, volver sobre aquella polémica que distanció a Uruguay del resto de sus socios, en la recordada cumbre en Buenos Aires de 2021, donde el expresidente Alberto Fernández invitó a Lacalle Pou a retirarse si consideraba que el Mercosur era un “lastre” para su país (“Si somos un lastre, tomen otro barco” le espetó). Finalmente, se supo en la mañana del viernes 6 de diciembre, que Milei plasmaría su firma en el acuerdo. Probablemente apremiado por los rápidos reflejos de la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, quien no vaciló en viajar hacia Montevideo con un único propósito: no dilatar más la firma del texto final. Sus reuniones, primero en Torre Ejecutiva, con Lacalle Pou en la tarde del 5 de diciembre, luego con el resto de los presidentes en la temprana mañana del viernes 6 de diciembre, ya en el Edificio del Mercosur, sin duda jugarían un rol de fundamental importancia. Como también la decidida postura de Brasil, que bajo el liderazgo de Lula no se podía permitir más sombras en el muy cuestionado proceso de integración regional[1].
Atrás quedaron las idas y vueltas sobre el documento aprobado en 2019 (“Acuerdo de Asociación Estratégica”) y las famosas propuestas de “adendas” impulsadas quien sabe si con el ánimo de mejorar el tratado (las reglas ambientales son siempre bienvenidas) o con el propósito de seguir dilatando las negociaciones. No tan atrás, sin embargo, quedan aquellos oscuros vaticinios que llegaban cada vez que de la mano de las elecciones europeas se iba configurando un Parlamento Europeo más hacia la derecha, con actores que claramente se han posicionado en contra del acuerdo comercial con el Mercosur. O las intensas movilizaciones de los agricultores europeos (sobre todo en Francia, pero también en otros países) opuestos a competir con las reglas del Tratado y que llevaron a que Macron pasara a ser visto por muchos, como el principal gobernante contrario a que el acuerdo llegara a feliz término.
Von der Leyen, entonces, luego de posar para una foto histórica en medio de los cuatro presidentes del Mercosur, deberá realizar un nuevo esfuerzo para lo que viene: jugar un complejo ajedrez político que permita el buen recibo en la Unión Europea, en este caso, primero mediante ratificación de la Comisión Europea, posteriormente de su Parlamento Europeo[2] y luego de un período de cinco años, en cada parlamente nacional. Más allá de las tensiones y disputas (cuestiones ambientales y agrícolas, fundamentalmente) el acuerdo de asociación crea una zona de libre comercio de unos 780 millones de personas, que implicará la caída inmediata de buena parte de los aranceles comerciales y que profundizará las políticas de cooperación entre ambas regiones. Nada mal para un mundo tan convulsionado.
Se ha dado un paso fundamental. Un mensaje político que, a manera de puntapié, deberá refrendarse con nuevos movimientos y decisiones políticas. En algunos meses y quizá años sabremos si este caluroso mes de diciembre en Montevideo, sirvió o no para apalancar uno de los mayores acuerdos económicos del mundo.
[1] Recuérdese que, en la anterior Cumbre en diciembre de 2023, se intentó cerrar el acuerdo luego de una ofensiva diplomática que tuvo a Brasil junto a España como sus principales impulsores. En esa instancia el gobierno saliente de Argentina se mostró reacio al acuerdo por las consecuencias que podrían aparejar, sobre todo, en el sector industrial.
[2] Para el caso del Mercosur, son los parlamentos de cada Estado miembro los que deben ratificar por ley el Tratado. A diferencia de lo que ocurre con el proceso de integración europea, el Parlamento del Mercosur tiene potestades más limitadas en el marco de su naturaleza intergubernamental.
*Dr. Pablo Guerra
Profesor Titular Instituto de Sociología Jurídica, Facultad de Derecho, Universidad de la República. Coordinador para Uruguay del Proyecto Bridge Watch (Jean Monnet Policy Debate).